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Por Diane Castro Schnell, LatiNo/aL.news

María Torres es la tercera en su familia en asistir a la universidad, pero la primera en hacerlo sin las herramientas que ayudaron a sus hermanos mayores a graduarse. Mientras ellos contaron con mentores, becas y programas que celebraban su identidad cultural, María, una estudiante con promedio de 3.5, se enfrenta a un panorama universitario donde ser orgullosamente latina parece ser más una desventaja que una fortaleza.

Los recientes cambios federales en educación superior bajo la administración de Donald Trump han comenzado a notarse en los campus de Luisiana. Programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) han sido eliminados en instituciones como LSU y Tulane, dejando a estudiantes como María sin el respaldo cultural y académico que antes fortalecía sus estudios. “A veces siento que tengo que esconder quién soy para poder avanzar”, confiesa. Su proyecto de semestre, enfocado en literatura chicana, fue recibido con frialdad por una profesora que le sugirió ser “más neutral” en sus temas académicos.

Las consecuencias de esta nueva política federal van más allá del salón de clases. Varios estudiantes internacionales en Tulane han reportado la revocación de sus visas, mientras que universidades públicas en todo el estado enfrentan recortes en fondos que históricamente beneficiaban a estudiantes de primera generación. Programas como TRIO y Upward Bound, pilares para muchos jóvenes latinos de bajos ingresos, se han visto reducidos o en pausa.

Una consejera académica en Nueva Orleans, lo resume con claridad: “Lo que estamos viendo no es solo una reestructuración. Es una pérdida institucional de confianza y apoyo para comunidades que ya enfrentaban barreras”. Según ella, la falta de representación, orientación cultural y espacios seguros está generando ansiedad y desmotivación entre estudiantes que hasta hace poco veían la universidad como su mejor camino hacia una vida mejor.

A pesar de todo, el espíritu de resistencia está presente. Algunos profesores en la Universidad de Nueva Orleans, han comenzado a ofrecer tutorías informales y mentorías para estudiantes afectados. “Ser latina no es un obstáculo, es una fortaleza”, afirma. “Pero necesitamos defender ese espacio que se está cerrando”.

Los estudiantes también están creando redes alternativas de apoyo. Grupos culturales ahora se reúnen fuera del campus y organizaciones locales están proporcionando asistencia legal y acceso a becas comunitarias. Sin embargo, estos esfuerzos no siempre alcanzan a todos, y muchos temen que la generación futura de estudiantes latinos se enfrente a un acceso más limitado a la educación superior.

“Yo crecí creyendo que si estudiaba, trabajaba duro y no me rendía, podría lograr cualquier cosa”, dice María. “Ahora siento que todo eso se ha vuelto más difícil, simplemente por ser quien soy”.

La historia de María refleja la de muchos otros jóvenes latinos en Louisiana. En un momento en que las políticas federales están redefiniendo el acceso y la equidad en la educación superior, la pregunta no es solo quién puede llegar a la universidad, sino quién puede mantenerse fiel a su identidad mientras lo hace.